jueves, 7 de julio de 2011

Mi primera vez.

Ayer contaba parte de mi historia, por así denominarlo, mis inicios, algo bastante insustancial hasta que llegó Nekane. Con ella viví una de las experiencias que más cambiaron mi vida: mi salida del armario.
Nekane y yo llevábamos un año siendo amigos; ella cada día era menos choni y había dejado a Emilio por fin, así que la tenía toda para mí. Era como mi guardaespaldas, no en el sentido de que me defendiera, sino en el que estaba siempre conmigo. La pobrecilla tenía que desconectar y yo fui su perfecta válvula de escape.
Por otro lado, mis padres estaban en plenos trámites de divorcio, mi madre llevaba meses en Madrid pero yo tenía que terminar el curso en Ferrol, viviendo sólo con mi padre, lo cual era sinónimo de vivir solo. Lo único bueno que de mi vida siempre ha sido que jamás he tenido que preocuparme por el dinero; no me importa demasiado el precio de las cosas, es lo que tiene que tu abuela y tu madre tengan por norma mirar la etiqueta sólo para ver la talla, esto último es algo que fascinaba a Nekane, pero, dicen que las generaciones vamos mejorando y, por suerte, yo, tengo algo más de sentido común que ellas, aunque tampoco me sobra, y me limito un poco más en esos aspectos. Soy de los que piensan que si tienes dinero ¿Por qué no compartirlo?
Así que me convertí en el mecenas de Nekane: que estábamos sin tabaco, cajeta que te parió; que teníamos hambre, McAuto que te pario… ella lo único que tenía que hacer era aguantarme, cosa que no es sencilla y que no todo el mundo consigue.
Un fin de semana me la llevé a Madrid, a casa de mi madre. Nekane no había visitado Madrid nunca. A pesar de que estuvimos menos de 24 horas y lo único que vio fue la calle Serrano tienda a tienda, quedó encantada. Esa noche, mientras cenábamos, mi madre me dijo que le habían ofrecido un trabajo mejor en París, que no iba a vender la casa de Madrid porque no quería perderla y que así la podría usar yo cuando quisiera, incluso si me venía a estudiar a Madrid, o a trabajar, o a lo que fuese. 

Al principio no me sentó muy bien, mi madre más lejos cada vez… Aún así, Nekane fue capaz de sacarle su parte positiva a este cambio y me animó para que me vistiese y le enseñase alguna discoteca. Yo sólo puse una condición; ir a un bar de ambiente. Sorprendentemente para mí, la cara de Nekane fue de alegría y no de asombro así que le pregunte si no le extrañaba; me miró con cara de “¿me estás llamando gilipollas?” Cuando volvió del baño me dijo: “Pelayo cariño, si en vez de decirme lo que me has dicho me hubieras anunciado que hoy me ibas a presentar a tu amante madrileña, sí que habría puesto cara de sorpresa” ¡Cómo me conocía la muy hija puta! Salimos de casa, paramos un taxi y nos plantamos en plena Plaza de Chueca. 

Yo no sabía dónde meterme; aquello era algo completamente nuevo para mí. Nunca había tenido una experiencia sexual con un hombre y, aunque me la ponían más dura que el mástil de una bandera, no sabía ni por dónde empezar.

A día de hoy me imagino y yo me río de mí mismo. Si no llega a ser por Nekane, no habría vivido una de las mejores experiencias de mi vida; la muy desvergonzada, como siempre, empezó a acercarse a todo nabo con patas que estuviese en un radio de menos de 200 metros. Haciendo gala de su nobleza y demostrando ser una amiga de aquí a mañana, esta vez no buscaba un falo para su colección, sino que quería darme el primero de la mía. 

Después de enviarme a unos 12 tíos, a cada cual peor, me acerqué a ella y le dije que parase, que nos volvíamos a casa. Ella me suplicó una última oportunidad: 15 minutos más tarde, apareció con un chico alto, no estaba muy delgado pero tampoco gordo, moreno de piel, con el pelo castaño, los ojos azules, y una de las sonrisas más bonitas de todo Madrid, me dijo que se llamaba Álex y que me quería conocer. Estuvimos hablando hora y media, hora y media durante la que Nekane se convirtió en la más reina del local culminando encima de la barra bailando “I will survive” con otras 3 locas más, estas 3 de género masculino.
Cuando nos echaron de allí, Álex y yo no nos habíamos ni rozado. Recordé que tenía que llevar a Nekane a cama antes de que se quedase dormida en plena Gran Vía. Llamamos a un taxi y Álex vino con nosotros. 

Estábamos llegando a mi casa cuando me dijo que él vivía a 2 manzanas de allí y me propuso llevar a Nekane a que descansase un poco. Después, la llevaríamos de vuelta a casa, así nosotros seguiríamos hablando. Me pareció la mejor idea del mundo y acepté sin pensarlo. 

Cuando llegamos a su casa, dejamos a Nekane tirada en el sofá gritando improperios varios sobre pollas y algo así como que ella había sido muy grande y hoy no había convencido a ninguna maricona para que volviera del lado oscuro de la fuerza.

Nosotros nos metimos en la habitación de Alex, solo me dio tiempo a decirle “Me encanta tu toca discos”, segundos después el estaba encima de mi besándome como nunca me habían besado, aquello se empezó a poner duro y me asusté un poco, la verdad es que el chico tenía un buen paquete entre sus piernas.


Todo comenzó muy tiernamente, una aboragine de besos, caricias mientras nos desnudábamos lentamente, pero cuando nuestras pollas entraron en contacto todo cambio radicalmente, empezamos a besarnos a lo bestia, comérnoslo todo hasta que no quedo ni un centímetro cuadrado de nuestro cuerpo que no hubiese pasado por nuestra boca.


Fue entonces el gran momento, creo que me lo voy a guardar, pero solo diré que desde aquella decidí que Pelayo no era ni activo ni pasivo, Pelayo era una adicta al sexo.


Por la mañana, después de un precioso momento de película con desayuno en la cama incluido, fuimos a ver como estaba Nekane, seguía allí tirada, cuando cogí el móvil y vi unas 30 llamadas perdidas de mi madre, decidí que era hora de despertarla y llamar a un taxi, me daba igual lo que me dijera mi madre, había sido la mejor noche de mi vida.


En el taxi Nekane no dijo ni una sola palabra por miedo a llenarlo todo de vómitos, pero cuando llegamos al portal estuvo más de media hora haciéndome preguntas sobre todos y cada uno de los detalles de la noche. 

Cuando decidimos subir a casa, mi madre estaba histérica, me agarro y me pregunto dónde nos habíamos metido, yo con todo mi tacto y toda mi sutileza le solté: “Venimos de que me rompan el culo, sí, soy gay y ahora vamos a ducharnos y a coger el avión, hasta la próxima mama.” La besé en la mejilla y nos fuimos.

miércoles, 6 de julio de 2011

Erase una vez...


Me llamo Pelayo y tengo 19 años, de los cuales pasé 17 cagándome en mi madre, mi padre, mi abuelo, y el reconquistador ¿Quién coño le llama Pelayo a su hijo? ¿Tan evidente era que fui un error? ¿Un condón roto? ¿Una botella de Moët Chandon que se les subió a la cabeza?

La verdad, a día de hoy, ni lo sé ni me importa, pero cuando era un niño odiaba mi nombre; quería cambiarlo por Jonhatan pero, afortunadamente, la ley no me lo permitió. Nací un 26 de Diciembre en el barrio de Salamanca, en Madrid; mamá y papá estaban de visita en casa de los abuelos y yo decidí nacer en la que, hasta hoy, sigue siendo mi ciudad favorita.

Papá y mamá vivían en Ferrol, ciudad en la que mi padre, oficial de marina, estaba destinado. Según él, debido a sus grandes méritos, en mi opinión, a mi padre lo desterraron. Sinceramente, esta parte de mi vida no importa una mierda.

Fueron 17 los años de monotonía viviendo en Ferrol; cuatro pijos mal puestos que no han ido más allá de “La Coru”, un par de canis sueltos y una docena de pobres desgraciados que no saben por qué están allí. Todo una gran cagada: insultos por ser diferente, el típico pesado que te amenaza por algún motivo insustancial y unas doscientas personas que se mueren de envidia porque tienes todo lo (material) que quieres.

A pesar de la escoria y el populacho, hubo un día clave en mi vida ferrolana: la tarde en la que conocí a Nekane. Supongo que os sonará su nombre. Nekane era una de esas canis que andaban sueltas por la "ciudad" pero terminó sorprendiendo cuando vi que era una buena pieza.

Nos conocimos en verano; nos presentó una amiga mía en común (sabe Dios de qué se conocían). El contraste era evidente: yo llevaba unos shorts, que mi madre me había comprado en su último viaje a Londres, una camisa de lino y las Ray Ban Wayfarer. Por el otro lado, ella se embutía en un vestido que le tapaba menos de lo que enseñaba y sostenía su mediocre porte sobre unos tacones mustang blancos de chupame la punta. Siempre he creído que se dio cuenta de mi cara de asco al darle dos besos; no tuvimos una primera vez demasiado exitosa aunque, como ella misma diría, no existen primeras veces exitosas.

A mí no me importaba conocer a una cani más, el problema surgió cuando el primer día de clase el único sitio libre estaba a su lado, nuestras caras lo dijeron todo, “¿Un año al lado de esta? Yo dejo de estudiar.” Hice de tripas corazón y me senté a su lado, tal y como me había educado mi (asquerosamente pija y refinada) abuela, la salude, le pregunté qué tal e hice un comentario ingenioso sobre alguien de la sala. No paraba de pensar en que me quedaban seis horas de suplicio, y cuando estaba al borde del suicidio, la chiquilla hizo un comentario ingenioso, mira tú por dónde, la niña sería cani, pero tenía su gracia, por lo menos me alegraría la mañana.

Imaginaros la cara de sorpresa que pusieron mis amigas cuando me vieron aparecer con ella en el recreo. Horas antes yo tampoco me lo habría creído, pero lo que pasó durante aquellas horas de clase fue algo mágico, y aquella cani me hizo aprender una lección que no he olvidado desde aquel día, no te dejes guiar por las apariencias, lo mejor siempre está en el interior. Y aun encima la muy hija puta me había calado, yo guardaba como mi mejor secreto mi homosexualidad, pero ella, ya lo sabía. Sí, ¿que te esperabas? ¿Cómo no voy a ser gay con este nombre? 

Así empieza mi historia, mi verdadera historia, una historia plagada de hombres, fiestas, champagne y al fin y al cabo, como todas las demás, desgracias, exámenes y como no, malfos.